Dentro de pocas semanas Bocairent y Sax dan inicio al carrusel de Fiestas de Moros y Cristianos, y pensando en esto recordaba esta anecdota que leí y me apetece compartir.
«Veréis, lo que os voy a contar no es un «cuentecico», no; es lo que
pasó en esta leal y noble Villa de Sax y no sólo en sus fiestas, también
en el «entretanto», en el tiempo que media, casi, casi, de Cabildo a
Cabildo, aunque en esta historia nos situamos entre febrero y febrero.
Era la noche del cuatro de febrero de 2004, fría como corresponde al
mes, pero muy «caldeadico» por el trajín festero. Estaban cenando un
grupo de buenos amigos en los Cristianos. Todo bien. La cena, la
«charraíca», las bromas, las anécdotas. Ya el personal comienza a
retirarse, que mañana es el último día y quieren aprovecharlo. Se van
yendo todos y despidiendo. Entre los comensales había estado el
Embajador Moro. Un grupo de cristianos apuró las últimas copas y las
últimas bromas y al ir a recoger sus abrigos, allí, en la percha,
refulgente, estaba el sable del Embajador. ¿Qué hacer? Porque ya no
quedaba nadie y obviamente no iban a dejar tan preciada pieza allí.
Solución: el cristiano cogió el sable y decidió llevárselo a su casa
para entregárselo a su propietario o cuidador, el Embajador.
Al salir a la calle y encararse con el gélido vientecillo, los
amigos se arrebujaron en sus abrigos y comenzaron el paseo de la
vuelta a casa.
Por el camino se encontraron con un moro de la Directiva y
el cristiano que llevaba el sable le dijo: «Mira, me lo ha regalado
el Embajador». El otro moro se quedó a cuadros y al ver que dudaba, los
amigos -siguiendo la broma- aseguraron que aquello era cierto, que como
el Embajador Moro se quería despedir ese año de las Embajadas, le había
regalado al festero el sable…»
Fuente: www.comparsamorosdesax.es
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